No es tu nombre. Tampoco tu apellido. Mucho menos tus ideales, pensamientos o sabias palabras las que dicen quien eres o que haces. Son tus actos, las pequeñas cosas que haces, lo que definen realmente lo eres como ser humano.
Trascender. Dejar las limitantes que nos agobian, los temores del pasado a un lado y disponernos a cambiar la historia. Nadie ha dicho que sea fácil. La vida es dura, fuerte y complicada. Pero cuando más difícil es algo, mayor es la recompensa. Las cosas no se logran de la noche a la mañana. Nunca lograremos nada si continuamos en simples palabras y promesas rotas. ¿Cuántas promesas se han quedado en medio de nuestra almohada? ¿Cuántos sueños frustrados por falta de carácter y coraje para lograr un objetivo?
En la vida no se logra nada por la mera palabrería. Son los hechos que marcan la diferencia. No fue el don de habla que hizo una niñita de color pudiera ingresar a una escuela de blancos. Tampoco los gritos desaforados del hombre que se atrevió a interponerse frente a un tanque. Mucho menos los extensas promesas realizadas por la Madre Teresa. Jesús lo dejo muy en claro en la mayor parte de sus enseñanzas “Por los frutos los conoceréis”. No importa el nombre, la posición o el titulo que se nos haya dado. Ni siquiera el talento o el fuego que existe entre nosotros. Se nos conoce por nuestros actos no por nuestras palabras o promesas. Por nuestros hechos. Por nuestras acciones. Por las cosas que cumplimos, no las que prometemos. Diga lo que digan. A final de cuentas a nadie va importarle que tan amable o bueno uno parezca. No todo lo que brilla es oro. Son nuestros actos los que nos definen. Son ellos lo que dice quienes somos. Los hechos verdaderos y tangibles los que marcan la diferencia. No más palabras. Llega el tiempo de la acción.
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