La chica de la manzana
Él era un adolescente en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Ella, un poco menor, vivía libremente en un pueblo vecino.
Sus miradas se cruzaron una vez a través de un alambre de púas. La muchacha llevaba manzanas en ese momento y decidió tirarle una sobre el alambrado. Él la atrapó y regresó a la habitación. Así empezó la historia.
La rutina la repitieron el día siguiente. Ella tiraba, el atrapaba y los dos salían corriendo. Durante varios meses lo hicieron así. Jamás se dijeron sus nombres.
De hecho, no intercambiaron una sola palabra temerosos de que los viera un guardia. Hasta que un día él se acercó al alambrado y le dijo que no volviera.
“¿No te volveré a ver?”, preguntó la niña. No, no vuelvas, respondió el joven. Herman se habia enterado que lo trasladarían. La aventura e inocencia de dos niños llegaba a su fin. Al poco tiempo, los rusos llegaron con sus tanques y liberaron a los prisioneros de ese campo. Se había acabado la guerra. La niña fue a Israel y estudió enfermería. El muchacho a Londres y estudió para electricista.
Rosenblat terminó en Nueva York donde puso un negocio de reparación de televisores. Un domingo recibió una llamada de un amigo que le dijo que quería presentarle una muchacha.
El joven no se entusiasmó con la idea, ya que no le gustaban ese tipo de citas con desconocidas. Pero despues de varias trabas y negaciones, finalmente aceptó.
Las cosas salieron bastante bien. Ella era polaca y agradable. En determinado momento, comenzaron a hablar de sus experiencias durante la guerra. Rosenblat le contó de todos los campos de concentración en los que estuvo. A Radziki se le puso la piel de gallina. Ella también había estado en Schlieben, escondiéndose de los nazis.
“Un momento... ese niño yo lo conozco”
En la charla, Roma le dijo que durante un tiempo se vio con un chico y le daba manzanas hasta que el muchacho fue trasladado a otro sitio.
Lo que él le respondió cambió sus vidas: “Ese niño era yo”.
Rosenblat supo de inmediato que jamás volvería a alejarse de esta mujer. Le propuso matrimonio esa misma noche. Ella pensó que estaba loco. Pero dos meses después aceptó.
Se casaron en 1958, en una sinagoga del Bronx, Nueva York, una década después de que pensaron que habían sido separados para siempre.
Esta historia es tan conmovedora que parece difícil de creer. Como sacado de un buen libro de amor y romance. Pero hay que ser sinceros, ni al más romantico de los escritores modernos se le hubiera ocurrido semejante historia. Herman tiene hoy 79 años y Roma 76. Hace poco festejaron, juntos a sus familiares, las bodas de oro. Sin duda que la vida tiene mejores guiones que los de un simple escritor.
Años más tarde, la historia llego a oídos de la escritora Laurie Friedman, que plasmo el relato en un conmovedor cuento para niños llamado "Angel Girl". ¿Quien dice que el amor no existe?
La chica de la manzana. Una historia de amor verdadero.
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