Creada en 1988 por Alan Martin y Jamie Hewlett para la revista británica Deadline, Tank Girl, encarna el espíritu punk de los 70's y 80's en su estado más puro, con Rebecca Buck—alias Tank Girl, una joven anarchista post-apocalíptica que vive en un tanque, fumando, bebiendo y siendo brutalmente divertida en una versión satírica y posapocalíptica de Australia, montando su tanque MK II como si fuera su hogar y arma, acompañada de Booga, un canguro mutante con tendencias domésticas.
Las historias no se pliegan a una narrativa lineal y no son aptas para personas menores de edad o de susceptibilidades frágiles, donde la marca de la casa es la anarquía, el absurdo, y el humor violento. Sí Tank Girl es deslenguada, sexualmente libre y políticamente incorrecta. Su mundo está habitado por canguros mutantes, mafiosos delirantes, científicos locos y militares incompetentes. Y en medio de todo eso, ella navega sin miedo y sin filtro en un mar de fragmentos de anarquía visual que combinan violenta sátira, sexo explícito, collage gráfico, cut‑ups y metaficción.
Jamie Hewlett ilustra con un estilo sucio, recargado, lleno de energía y referencias visuales a la cultura punk, los fanzines, la publicidad y el arte callejero. Cada página parece a punto de salirse de control, como si el cómic fuera un collage montado en plena borrachera en el que Hewlett abarca layouts caóticos, collages y detalles grafolescos; su trazo está cargado de vitalidad y surrealismo. La incursión posterior a color (recientemente remasterizada) potencia su energía punk, sin suavizar el borde que hacía brillar al arte originalmente en blanco y negro.
Las tramas, en principio absurdas, revelan un humor británico ácido y una crítica cultural sutil. Tan solo la forma en que se presenta al personaje —shaven head, actitud nihilista, misoginia invertida— ya es un acto político: una figura feminina sin filtros, rodeada de sexo, violencia y un lenguaje de camionero, en el que sus autores se divierten cuestionando la narrativa; en varias ocasiones rompen la cuarta pared, se burlan del editor o se autopresentan dentro del cómic. La tira celebra el caos y el nonsense en lugar de buscar coherencia, reflejo de una contracultura que explotaba en los 90s en festivales, música indie y fanzines.
Y es que el cómic refleja una contracultura en ebullición, una generación que desconfiaba de todo y se burlaba de los valores establecidos, conectado con el movimiento riot grrrl, sirvió como símbolo de rebeldía y cultura underground. Si Watchmen y The Dark Knight Returns eran críticas sofisticadas a los superhéroes, Tank Girl es una bomba molotov lanzada desde una fiesta punk, no para hacer reflexionar, sino simplemente para ver el mundo arder. Y por ello, más de treinta años después, el cómic continúa publicándose con nuevas editoriales y artistassu espíritu audaz permanece intacto.
Hewlett evolucionó visualmente hacia Gorillaz -esa no la vieron venir, ¿verdad?-, mientras que Martin mantiene viva la esencia subversiva de Tank Girl en diferentes colaboraciones, en una obra de culto que demuestra que el cómic es un medio político, cultural y estético, capaz de celebrar lo extraño, lo provocador y lo ferozmente original. Porque al final del camino, Tank Girl es para quienes buscan algo que no se parezca a nada. Para los que quieren reírse del sistema, del orden, del buen gusto y de los convencionalismos narrativos.
Un cómic ruidoso, sucio, libre, sexual, agresivo y, sobre todo, único.
¿Quiénes por acá lo han leído?
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