Por Pablo Vargas | [email protected].
Hay crímenes que definen una época, y otros que terminan devorando a quienes se acercan demasiado. La Dalia Negra, la novela que marcó el inicio del cuarteto de Los Ángeles de James Ellroy, no es solo una recreación del célebre asesinato de Elizabeth Short, sino también es un estudio alucinado sobre el deseo, la corrupción y la identidad, donde la ciudad de Los Ángeles se convierte en un personaje más; tan letal como seductor.
La novela parte de un crimen real: en 1947, una joven aspirante a actriz aparece mutilada en un terreno baldío. El caso conmociona a la opinión pública y queda sin resolver. Ellroy parte de ese hecho -y del silencio que lo rodeó-, para construir una ficción en la que la verdad importa menos que la forma en que destruye a quienes la persiguen. Desde las primeras páginas, la atmósfera es densa, cargada de una tensión que nunca se libera del todo.
El protagonista, Bucky Bleichert, es un exboxeador convertido en policía, que junto con su compañero Lee Blanchard, se obsesiona con resolver el caso. Pero lo que empieza como una investigación profesional se transforma rápidamente en una caída personal. Ambos se ven envueltos en una espiral de obsesión, celos, secretos y heridas abiertas que no tienen tanto que ver con Elizabeth Short como con ellos mismos.
Ellroy escribe con una prosa dura, cortante, casi escupida. No hay adornos. Cada frase suena seca, precisa, contenida. Pero debajo de esa superficie hay un caos emocional latente. Sus personajes no buscan justicia; buscan redención, aunque no sepan por qué. Y ese vacío moral que los empuja es el verdadero núcleo del relato.
Lo que hace a La Dalia Negra más perturbadora que otros policiales es su retrato de la obsesión. Bucky no investiga el crimen: se va convirtiendo en parte de él. La imagen de Elizabeth Short —más mito que persona— lo consume, lo atrae, lo desarma. En ese sentido, la novela no es solo un policial, sino una tragedia disfrazada de investigación.
Y es que el Los Ángeles de posguerra aparece como una metrópolis en expansión, sucia, desigual, donde el glamour convive con la podredumbre, y donde lo público y lo privado se contaminan mutuamente. La policía, los medios, las familias ricas, todos tienen algo que esconder. Nadie es inocente del todo.
Y aunque Ellroy se inspira en el noir clásico, pero lleva el género a un lugar más incómodo. No hay romanticismo ni héroes cínicos con corazones de oro. Lo que hay es dolor, mentira, ambición y pérdida. Y una sensación constante de que las cosas importantes no se dicen, no se resuelven, no se curan. Te consumen, te destruyen y te arrastran.
Al final del camino, La Dalia Negra es una novela policial, sí, pero también una tragedia. No se lee para resolver un misterio, sino para enfrentarse a cómo ciertos hechos, que por más que se entiendan, demuestran que algunas heridas nunca se superan del todo.
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