(Desde mi ventana) Un roto y frío aleluya...


Siempre me ha llamado la atención la historia del Rey David. El niño que cuidaba ovejas y escuchaba la voz de Dios. El joven que luchó contra los gigantes que atemorizaban su pueblo. El hombre que enfrentó a sus demonios internos... y sucumbió ante cada uno de ellos. Siempre me he pregunté, ¿qué vio Dios en él?

"He oído que existe un acorde secreto que David solía tocar, y que agradaba al Señor... El rey, confundido, componiendo un aleluya..."


Tropezaba tan a menudo como conquistaba, caía tan pronto como se levantaba. El rey furioso y llorón. Valiente y cobarde. Sanguinario y bondadoso. Guerrero y poeta. Una biblioteca de salmos, un mar de errores y pecados. David. El hombre al que Dios amó como a ninguno, y el mismo que se anotó los siete capitales en una semana, mientras su corazón desfallecía a causa de cada uno de ellos.


Sus textos entorno al sentimiento que embargaba su alma tras sentir la partida de Dios de su lado, simplemente quebrantan el corazón: "Sálvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma. Estoy hundido en cieno profundo, donde no hay pie. He venido á abismos de aguas, y la corriente me ha anegado. ¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?" (Salmos 69:1; 13:1)


David se pasaba la existencia alternando a saltos de ángel y golpes de frente, entre banquetes impresionantes y tortillas quemadas. El ejemplo vivo del éxito y el fracaso. Capaz de lo mejor, y al mismo, de lo peor.


¿Qué vio Dios en él? Si tan sólo Dios lo hubiese apartado de su lado y arrojado para siempre lejos de su presencia, todo sería más fácil: causa y consecuencia. Listo, todo resuelto. Pero no... Dios le perdonó. Una y otra vez... le perdonó. Y por eso, nos cuesta procesarlo. ¿Por qué nos cuesta? Porque al final, la pregunta no es "¿Qué vio Dios en él?" Sino, que, la verdadera pregunta, esa que nos golpea una y otra vez, realmente es: "¿Qué ve Dios en mí?".


"Tu fe era fuerte, pero necesitabas una prueba. La viste bañarse en el tejado. Su belleza, y el brillo de la luna, te superaron. Rompió tu trono, y cortó tu pelo. Y de tus labios arrancó un roto y frío aleluya".


David. Su historia tiene tan poco que ofrecer al santo inmaculado -ese que nunca ha sentido el peso y devastador frío del pecado-, pero es un salmo de perdón, redención, fe y esperanza, para todos los que tropezamos... y en medio del desierto, dejamos escapar un roto y frío aleluya.


"Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación" (Salmo, 51: 9)


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Sobre el autor

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Escritor costarricense. Director de la Revista Level Up. Autor de la novela "El Hombre de la Rosa Negra" (ULACIT, 2009), y el microrrelato "Un café para celebrar" (Editorial Costa Rica, 2012). Actualmente se encuentra trabajando en su novela "Nueve minutos para la media noche" (2013).

Obras publicadas...



El Hombre de la Rosa Negra. (ULACIT) (2010) -Descargar-
Premio Joven Creación (Editorial de Costa Rica) (2012) - Descargar-

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