La noche dejó de ser común. El cielo negro estalló en fulgor. Las ovejas en silencio observan con asombro. En un instante, el pastor que esta dormido sobre una piedra, despierta ante el extraño sonido que ha inundado el ambiente. Un momento después su mente incrédula no puede creer lo que sus ojos acaban de ver. La brisa agita las hojas y enfría el ambiente. Una estrella brilla en el horizonte. El pastor lo sabe. Nunca nadie va a creerles.
Veinticuatro horas han pasado desde el milagro. El lugar dista mucho de ser un palacio. Cuatro paredes toscas sostienen el techo de palo y unas cuantas tejas. El piso esta duro y frío. La oscuridad es absoluta. Un establo sencillo, sucio y apestoso como cualquier otro. Atrás han quedado las flores verdes y frescas de la primavera, para transformarse en seco y descolorido heno. No hay yeso, ni fantasía confitera, más si un pesebre improvisado que ha sido convertido en trono, mientras un pequeño grupo animales son designados como delegados de un peculiar comité de bienvenida.
Su padre lo sabe. No es lugar para un rey. Pero es que el niño parece cualquier cosa menos un poderoso soberano. Sus manos pequeñas y dedos frágiles lo delatan. Tiene la cara roja y arrugada. Su respiración es suave y delicada. Un pequeño bostezo sale de su boca, y la madre contempla en silencio el rostro de su hijo amado. Resulta imposible creer que sobre su pequeña y débil cabeza sea posible poner una corona. Pero así sucederá. Y no será de oro. Las palabras del ángel aún estaban frescas en su memoria: "Su reinado no tendrá fin".
Treinta y tres años después, la madre debió haber recordado con lágrimas esas palabras, cuando los soldados empujaban a su hijo sobre el madero travesaño. Una rodilla se posa sobre uno de sus brazos. Justo cuando el soldado levanta su mazo, su hijo posa la mirada sobre el clavo. El mazo cae, la piel se revienta, y la sangre fluye. No es la primera vez que sucede en esa tarde. Golpe tras golpe, su piel se ha carcomido en heridas. Las horas pasan, sus ropas han sido rifadas y una corona de espinas resalta en su cabeza. Entre las burlas de sus ejecutores, su voz apenas es perceptible. "Elí, Elí, ¿lema sabactani?"
La escena es desgarradora. Un hijo gasta sus últimos aliento de vida clamando a su padre. Dios mío, Dios mío. ¿Porque me has abandonado?. La natividad ha pasado de largo. La única alma sin mancha en la tierra se siente sola y abandonada. Traicionado por sus amigos, crucificado por aquellos a quienes vino a salvar. Con la manos abiertas por los clavos, Él le pidió a Dios: "Déjame hacerlo por ellos". Y Dios se lo permitió. Porque con esa acción en la cruz, Cristo tomó nuestro lugar y nos dio el mejor de los regalos que podría haber ideado: Perdón y salvación. Tres días después la tumba se abre, y con su resurrección se agregaría el obsequio más valioso de la interminable lista: vida eterna.
Hoy que los regalos ya han sido abiertos, la cena disfrutada, y las fiestas celebradas, no podemos olvidar el sacrificio realizado y la promesa que cambio para siempre la humanidad. Una declaración de 29 palabras que desafían la lógica, y demuestran a un Dios con un plan tan loco y descabellado que rompe todos los paradigmas. Donde un rústico establo de Belén es un símbolo de devoción, y un instrumento de muerte se convirtió en el mayor de símbolo de amor:
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su único hijo, para todo aquel que en él crea, no se pierda, sino que tenga vida eterna - Juan 3:16.
Veintinueve palabras que podemos tomar o desechar, pero que no cambian el efecto de lo maravilloso que hizo Cristo por nosotros. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo a través de su sacrificio. Porque el clamor de Cristo en la cruz no son las palabras de un santo. Sino el llanto de un pecador. Porque Jesús nunca conoció el amargo sabor del pecado, hasta se hizo pecado por nosotros. Porque para entendernos, se hizo igual a nosotros. Y es justo lo que quiero que recordemos juntos en estas fechas.
Hoy recordamos el nacimiento de nuestro salvador, pero más que eso, no podemos olvidar la verdadera razón de lo que celebramos. La pregunta del millón. ¿Por qué lo hizo? Cambiar su castillo por un establo. De sostener las estrellas en la palma de su mano, a vivir entre aquellos que lo rechazaron. ¿Por qué? Es la pregunta que en estas fechas de carreras y regalos obviamos. ¿Qué hizo que un día el creador del cielo y el universo cambiara la corona de los cielos por una de espinas?. La pregunta es válida. ¿Por qué lo hizo? La respuesta, mis queridos amigos y amigas, está en el rostro que observas cada día en el espejo. Lo hizo por ti.
Sí, por ti...
¡Felices fiestas!
Esta hermoso Pablito... Un abrazo, espero que hayas pasado una hermosa Navidad y no tengo duda de que Dios haya vuelto a nacer en ti..
ResponderEliminarDios te bendiga.
¡Hola señorita! Que gusto verte de nuevo. Espero igual que hayas pasado una hermosa navidad. Un enorme abrazo. ¡Felices fiestas!
ResponderEliminarTodos los días la leo , está muy linda como siempre... gracias
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